Una pareja se acerca a la entrada del parque. Él es muy alto y muy rubio y pálido. Ella parece cansada.

–¿Entramos?

–Como quieras – la respuesta de la mujer es indiferente.

–Sí, realmente. Entremos.

Y se suman al desfile de turistas.

De un pabellón cercano llegan las notas discordantes de un rock a toda orquesta. A ratos salen jóvenes despeinados y se unen a los grupos que caminan, sin prisa. Hay un chiquillo que se suelta, inesperadamente, de la mano de su madre, pero después de una corta carrera entre risas y saltos, vuelve.

El pabellón de espejos ofrece gratuitamente deformidades pasajeras. Al lado, hay otro de tiro al blanco.

Un grupo se ha congregado frente a un kiosco de juego. En medio se levanta una columna de metal de dos metros de altura con un surco en el centro. El juego consiste en pegar con una gran maza la plataforma sobre la que está apoyada la columna para que una pelotita salga disparada a lo largo del surco. Hay premios que nadie sacó. Muchos lo intentaron; otros ni se atreven a probar.

–¡Tres golpes por una corona! ¡Pruebe su fuerza, señor! ¡Hasta ahora nadie ha hecho llegar la pelotita al tope! ¡Pruebe!

El hombre grita con todas las fuerzas, desafiante, por encima del rock y del arrastrarse de los pies (se refiere a los paseantes del parque).

La pareja, tomada del brazo, se detiene a observar el juego. El hombre vacila como si fuera a adelantarse y dudara. Su mujer lo está mirando, la cara levantada, la mano en su mano, y le dice algo. Es tan fuerte la música que él tiene que inclinarse para oírla. Ella insiste. El hombre se endereza, contestando con un encogimiento de hombros, una leve negación de la cabeza, la boca deformada en una mueca indecisa:

–No, ahora no… vamos a ver después….

Hace un buen rato hay un italiano parado entre la gente. También podría ser griego: bajo, de espaldas anchas y tez aceitunada, y el cabello muy negro le cae rebelde sobre la frente. La mujer lo mira con insistencia. El italiano recoge la mirada al vuelo, como si fuera un pañuelo arrojado desde las gradas de un circo. Se adelanta unos pasos, mientras el murmullo crece como la marea.

–¡Pruebe su fuerza, señor! ¡Hasta ahora nadie ha consiguido el premio! ¡Pruebe Usted!

El grito sale al vacío, sin dirigirse a nadie en especial.

La decisión está tomada y ya dos manos morenas y anchas empuñan con firmeza el mango de la maza. Lo acarician, sopesándolo, mientras su dueño calcula, avanzando y retrocediendo, la distancia hasta la plataforma.

El murmullo se ha calmado en el grupo. Se oye sólo la música de rock, ahora más lejana. La tensión y la curiosidad crecen en los segundos que pasan. El italiano se da la vuelta y echa una larga mirada a la mujer que lo ha estado observando. Ella, entonces, hace un comentario a su marido. El hombre desvía la cabeza como buscando, en una y otra dirección, algo que se le hubiese extraviado. La maza vuela contra la plataforma en un movimiento armoniosamente circular, atlético.

La pelotita trepa, trepa, trepa con fuerza descontrolada y pega violentamente contra el tope máximo de la columna. Se diría que ya no es redonda.

Un grito unánime, sobrepasando todos los ruidos, aclama al ganador, quien se vuelve a mirar nuevamente a la mujer. Ella inclina la cabeza y le devuelve la mirada, con una casi sonrisa, apenas una luminosidad que le aclara las facciones. El italiano apoya con suavidad el mango de la maza contra la pared del kiosco y rechazando el premio con una sacudida de hombros, se aleja.

Lentamente, la pareja prosigue el paseo por los senderos, perdiéndose entre los tulipanes apagados y las notas de un nuevo rock.

Una pareja se acerca a la entrada del parque. Él es muy alto y muy rubio y pálido. Ella parece cansada.

–¿Entramos?

–Como quieras – la respuesta de la mujer es indiferente.

–Sí, realmente. Entremos.

Y se suman al desfile de turistas.

De un pabellón cercano llegan las notas discordantes de un rock a toda orquesta. A ratos salen jóvenes despeinados y se unen a los grupos que caminan, sin prisa. Hay un chiquillo que se suelta, inesperadamente, de la mano de su madre, pero después de una corta carrera entre risas y saltos, vuelve.

El pabellón de espejos ofrece gratuitamente deformidades pasajeras. Al lado, hay otro de tiro al blanco.

Un grupo se ha congregado frente a un kiosco de juego. En medio se levanta una columna de metal de dos metros de altura con un surco en el centro. El juego consiste en pegar con una gran maza la plataforma sobre la que está apoyada la columna para que una pelotita salga disparada a lo largo del surco. Hay premios que nadie sacó. Muchos lo intentaron; otros ni se atreven a probar.

–¡Tres golpes por una corona! ¡Pruebe su fuerza, señor! ¡Hasta ahora nadie ha hecho llegar la pelotita al tope! ¡Pruebe!

El hombre grita con todas las fuerzas, desafiante, por encima del rock y del arrastrarse de los pies (se refiere a los paseantes del parque).

La pareja, tomada del brazo, se detiene a observar el juego. El hombre vacila como si fuera a adelantarse y dudara. Su mujer lo está mirando, la cara levantada, la mano en su mano, y le dice algo. Es tan fuerte la música que él tiene que inclinarse para oírla. Ella insiste. El hombre se endereza, contestando con un encogimiento de hombros, una leve negación de la cabeza, la boca deformada en una mueca indecisa:

–No, ahora no… vamos a ver después….

Hace un buen rato hay un italiano parado entre la gente. También podría ser griego: bajo, de espaldas anchas y tez aceitunada, y el cabello muy negro le cae rebelde sobre la frente. La mujer lo mira con insistencia. El italiano recoge la mirada al vuelo, como si fuera un pañuelo arrojado desde las gradas de un circo. Se adelanta unos pasos, mientras el murmullo crece como la marea.

–¡Pruebe su fuerza, señor! ¡Hasta ahora nadie ha consiguido el premio! ¡Pruebe Usted!

El grito sale al vacío, sin dirigirse a nadie en especial.

La decisión está tomada y ya dos manos morenas y anchas empuñan con firmeza el mango de la maza. Lo acarician, sopesándolo, mientras su dueño calcula, avanzando y retrocediendo, la distancia hasta la plataforma.

El murmullo se ha calmado en el grupo. Se oye sólo la música de rock, ahora más lejana. La tensión y la curiosidad crecen en los segundos que pasan. El italiano se da la vuelta y echa una larga mirada a la mujer que lo ha estado observando. Ella, entonces, hace un comentario a su marido. El hombre desvía la cabeza como buscando, en una y otra dirección, algo que se le hubiese extraviado. La maza vuela contra la plataforma en un movimiento armoniosamente circular, atlético.

La pelotita trepa, trepa, trepa con fuerza descontrolada y pega violentamente contra el tope máximo de la columna. Se diría que ya no es redonda.

Un grito unánime, sobrepasando todos los ruidos, aclama al ganador, quien se vuelve a mirar nuevamente a la mujer. Ella inclina la cabeza y le devuelve la mirada, con una casi sonrisa, apenas una luminosidad que le aclara las facciones. El italiano apoya con suavidad el mango de la maza contra la pared del kiosco y rechazando el premio con una sacudida de hombros, se aleja.

Lentamente, la pareja prosigue el paseo por los senderos, perdiéndose entre los tulipanes apagados y las notas de un nuevo rock.

Una pareja se acerca a la entrada del parque. Él es muy alto y muy rubio y pálido. Ella parece cansada.

–¿Entramos?

–Como quieras – la respuesta de la mujer es indiferente.

–Sí, realmente. Entremos.

Y se suman al desfile de turistas.

De un pabellón cercano llegan las notas discordantes de un rock a toda orquesta. A ratos salen jóvenes despeinados y se unen a los grupos que caminan, sin prisa. Hay un chiquillo que se suelta, inesperadamente, de la mano de su madre, pero después de una corta carrera entre risas y saltos, vuelve.

El pabellón de espejos ofrece gratuitamente deformidades pasajeras. Al lado, hay otro de tiro al blanco.

Un grupo se ha congregado frente a un kiosco de juego. En medio se levanta una columna de metal de dos metros de altura con un surco en el centro. El juego consiste en pegar con una gran maza la plataforma sobre la que está apoyada la columna para que una pelotita salga disparada a lo largo del surco. Hay premios que nadie sacó. Muchos lo intentaron; otros ni se atreven a probar.

–¡Tres golpes por una corona! ¡Pruebe su fuerza, señor! ¡Hasta ahora nadie ha hecho llegar la pelotita al tope! ¡Pruebe!

El hombre grita con todas las fuerzas, desafiante, por encima del rock y del arrastrarse de los pies (se refiere a los paseantes del parque).

La pareja, tomada del brazo, se detiene a observar el juego. El hombre vacila como si fuera a adelantarse y dudara. Su mujer lo está mirando, la cara levantada, la mano en su mano, y le dice algo. Es tan fuerte la música que él tiene que inclinarse para oírla. Ella insiste. El hombre se endereza, contestando con un encogimiento de hombros, una leve negación de la cabeza, la boca deformada en una mueca indecisa:

–No, ahora no… vamos a ver después….

Hace un buen rato hay un italiano parado entre la gente. También podría ser griego: bajo, de espaldas anchas y tez aceitunada, y el cabello muy negro le cae rebelde sobre la frente. La mujer lo mira con insistencia. El italiano recoge la mirada al vuelo, como si fuera un pañuelo arrojado desde las gradas de un circo. Se adelanta unos pasos, mientras el murmullo crece como la marea.

–¡Pruebe su fuerza, señor! ¡Hasta ahora nadie ha consiguido el premio! ¡Pruebe Usted!

El grito sale al vacío, sin dirigirse a nadie en especial.

La decisión está tomada y ya dos manos morenas y anchas empuñan con firmeza el mango de la maza. Lo acarician, sopesándolo, mientras su dueño calcula, avanzando y retrocediendo, la distancia hasta la plataforma.

El murmullo se ha calmado en el grupo. Se oye sólo la música de rock, ahora más lejana. La tensión y la curiosidad crecen en los segundos que pasan. El italiano se da la vuelta y echa una larga mirada a la mujer que lo ha estado observando. Ella, entonces, hace un comentario a su marido. El hombre desvía la cabeza como buscando, en una y otra dirección, algo que se le hubiese extraviado. La maza vuela contra la plataforma en un movimiento armoniosamente circular, atlético.

La pelotita trepa, trepa, trepa con fuerza descontrolada y pega violentamente contra el tope máximo de la columna. Se diría que ya no es redonda.

Un grito unánime, sobrepasando todos los ruidos, aclama al ganador, quien se vuelve a mirar nuevamente a la mujer. Ella inclina la cabeza y le devuelve la mirada, con una casi sonrisa, apenas una luminosidad que le aclara las facciones. El italiano apoya con suavidad el mango de la maza contra la pared del kiosco y rechazando el premio con una sacudida de hombros, se aleja.

Lentamente, la pareja prosigue el paseo por los senderos, perdiéndose entre los tulipanes apagados y las notas de un nuevo rock.

Una pareja se acerca a la entrada del parque. Él es muy alto y muy rubio y pálido. Ella parece cansada.

–¿Entramos?

–Como quieras – la respuesta de la mujer es indiferente.

–Sí, realmente. Entremos.

Y se suman al desfile de turistas.

De un pabellón cercano llegan las notas discordantes de un rock a toda orquesta. A ratos salen jóvenes despeinados y se unen a los grupos que caminan, sin prisa. Hay un chiquillo que se suelta, inesperadamente, de la mano de su madre, pero después de una corta carrera entre risas y saltos, vuelve.

El pabellón de espejos ofrece gratuitamente deformidades pasajeras. Al lado, hay otro de tiro al blanco.

Un grupo se ha congregado frente a un kiosco de juego. En medio se levanta una columna de metal de dos metros de altura con un surco en el centro. El juego consiste en pegar con una gran maza la plataforma sobre la que está apoyada la columna para que una pelotita salga disparada a lo largo del surco. Hay premios que nadie sacó. Muchos lo intentaron; otros ni se atreven a probar.

–¡Tres golpes por una corona! ¡Pruebe su fuerza, señor! ¡Hasta ahora nadie ha hecho llegar la pelotita al tope! ¡Pruebe!

El hombre grita con todas las fuerzas, desafiante, por encima del rock y del arrastrarse de los pies (se refiere a los paseantes del parque).

La pareja, tomada del brazo, se detiene a observar el juego. El hombre vacila como si fuera a adelantarse y dudara. Su mujer lo está mirando, la cara levantada, la mano en su mano, y le dice algo. Es tan fuerte la música que él tiene que inclinarse para oírla. Ella insiste. El hombre se endereza, contestando con un encogimiento de hombros, una leve negación de la cabeza, la boca deformada en una mueca indecisa:

–No, ahora no… vamos a ver después….

Hace un buen rato hay un italiano parado entre la gente. También podría ser griego: bajo, de espaldas anchas y tez aceitunada, y el cabello muy negro le cae rebelde sobre la frente. La mujer lo mira con insistencia. El italiano recoge la mirada al vuelo, como si fuera un pañuelo arrojado desde las gradas de un circo. Se adelanta unos pasos, mientras el murmullo crece como la marea.

–¡Pruebe su fuerza, señor! ¡Hasta ahora nadie ha consiguido el premio! ¡Pruebe Usted!

El grito sale al vacío, sin dirigirse a nadie en especial.

La decisión está tomada y ya dos manos morenas y anchas empuñan con firmeza el mango de la maza. Lo acarician, sopesándolo, mientras su dueño calcula, avanzando y retrocediendo, la distancia hasta la plataforma.

El murmullo se ha calmado en el grupo. Se oye sólo la música de rock, ahora más lejana. La tensión y la curiosidad crecen en los segundos que pasan. El italiano se da la vuelta y echa una larga mirada a la mujer que lo ha estado observando. Ella, entonces, hace un comentario a su marido. El hombre desvía la cabeza como buscando, en una y otra dirección, algo que se le hubiese extraviado. La maza vuela contra la plataforma en un movimiento armoniosamente circular, atlético.

La pelotita trepa, trepa, trepa con fuerza descontrolada y pega violentamente contra el tope máximo de la columna. Se diría que ya no es redonda.

Un grito unánime, sobrepasando todos los ruidos, aclama al ganador, quien se vuelve a mirar nuevamente a la mujer. Ella inclina la cabeza y le devuelve la mirada, con una casi sonrisa, apenas una luminosidad que le aclara las facciones. El italiano apoya con suavidad el mango de la maza contra la pared del kiosco y rechazando el premio con una sacudida de hombros, se aleja.

Lentamente, la pareja prosigue el paseo por los senderos, perdiéndose entre los tulipanes apagados y las notas de un nuevo rock.

Una pareja se acerca a la entrada del parque. Él es muy alto y muy rubio y pálido. Ella parece cansada.

–¿Entramos?

–Como quieras – la respuesta de la mujer es indiferente.

–Sí, realmente. Entremos.

Y se suman al desfile de turistas.

De un pabellón cercano llegan las notas discordantes de un rock a toda orquesta. A ratos salen jóvenes despeinados y se unen a los grupos que caminan, sin prisa. Hay un chiquillo que se suelta, inesperadamente, de la mano de su madre, pero después de una corta carrera entre risas y saltos, vuelve.

El pabellón de espejos ofrece gratuitamente deformidades pasajeras. Al lado, hay otro de tiro al blanco.

Un grupo se ha congregado frente a un kiosco de juego. En medio se levanta una columna de metal de dos metros de altura con un surco en el centro. El juego consiste en pegar con una gran maza la plataforma sobre la que está apoyada la columna para que una pelotita salga disparada a lo largo del surco. Hay premios que nadie sacó. Muchos lo intentaron; otros ni se atreven a probar.

–¡Tres golpes por una corona! ¡Pruebe su fuerza, señor! ¡Hasta ahora nadie ha hecho llegar la pelotita al tope! ¡Pruebe!

El hombre grita con todas las fuerzas, desafiante, por encima del rock y del arrastrarse de los pies (se refiere a los paseantes del parque).

La pareja, tomada del brazo, se detiene a observar el juego. El hombre vacila como si fuera a adelantarse y dudara. Su mujer lo está mirando, la cara levantada, la mano en su mano, y le dice algo. Es tan fuerte la música que él tiene que inclinarse para oírla. Ella insiste. El hombre se endereza, contestando con un encogimiento de hombros, una leve negación de la cabeza, la boca deformada en una mueca indecisa:

–No, ahora no… vamos a ver después….

Hace un buen rato hay un italiano parado entre la gente. También podría ser griego: bajo, de espaldas anchas y tez aceitunada, y el cabello muy negro le cae rebelde sobre la frente. La mujer lo mira con insistencia. El italiano recoge la mirada al vuelo, como si fuera un pañuelo arrojado desde las gradas de un circo. Se adelanta unos pasos, mientras el murmullo crece como la marea.

–¡Pruebe su fuerza, señor! ¡Hasta ahora nadie ha consiguido el premio! ¡Pruebe Usted!

El grito sale al vacío, sin dirigirse a nadie en especial.

La decisión está tomada y ya dos manos morenas y anchas empuñan con firmeza el mango de la maza. Lo acarician, sopesándolo, mientras su dueño calcula, avanzando y retrocediendo, la distancia hasta la plataforma.

El murmullo se ha calmado en el grupo. Se oye sólo la música de rock, ahora más lejana. La tensión y la curiosidad crecen en los segundos que pasan. El italiano se da la vuelta y echa una larga mirada a la mujer que lo ha estado observando. Ella, entonces, hace un comentario a su marido. El hombre desvía la cabeza como buscando, en una y otra dirección, algo que se le hubiese extraviado. La maza vuela contra la plataforma en un movimiento armoniosamente circular, atlético.

La pelotita trepa, trepa, trepa con fuerza descontrolada y pega violentamente contra el tope máximo de la columna. Se diría que ya no es redonda.

Un grito unánime, sobrepasando todos los ruidos, aclama al ganador, quien se vuelve a mirar nuevamente a la mujer. Ella inclina la cabeza y le devuelve la mirada, con una casi sonrisa, apenas una luminosidad que le aclara las facciones. El italiano apoya con suavidad el mango de la maza contra la pared del kiosco y rechazando el premio con una sacudida de hombros, se aleja.

Lentamente, la pareja prosigue el paseo por los senderos, perdiéndose entre los tulipanes apagados y las notas de un nuevo rock.

Una pareja se acerca a la entrada del parque. Él es muy alto y muy rubio y pálido. Ella parece cansada.

–¿Entramos?

–Como quieras – la respuesta de la mujer es indiferente.

–Sí, realmente. Entremos.

Y se suman al desfile de turistas.

De un pabellón cercano llegan las notas discordantes de un rock a toda orquesta. A ratos salen jóvenes despeinados y se unen a los grupos que caminan, sin prisa. Hay un chiquillo que se suelta, inesperadamente, de la mano de su madre, pero después de una corta carrera entre risas y saltos, vuelve.

El pabellón de espejos ofrece gratuitamente deformidades pasajeras. Al lado, hay otro de tiro al blanco.

Un grupo se ha congregado frente a un kiosco de juego. En medio se levanta una columna de metal de dos metros de altura con un surco en el centro. El juego consiste en pegar con una gran maza la plataforma sobre la que está apoyada la columna para que una pelotita salga disparada a lo largo del surco. Hay premios que nadie sacó. Muchos lo intentaron; otros ni se atreven a probar.

–¡Tres golpes por una corona! ¡Pruebe su fuerza, señor! ¡Hasta ahora nadie ha hecho llegar la pelotita al tope! ¡Pruebe!

El hombre grita con todas las fuerzas, desafiante, por encima del rock y del arrastrarse de los pies (se refiere a los paseantes del parque).

La pareja, tomada del brazo, se detiene a observar el juego. El hombre vacila como si fuera a adelantarse y dudara. Su mujer lo está mirando, la cara levantada, la mano en su mano, y le dice algo. Es tan fuerte la música que él tiene que inclinarse para oírla. Ella insiste. El hombre se endereza, contestando con un encogimiento de hombros, una leve negación de la cabeza, la boca deformada en una mueca indecisa:

–No, ahora no… vamos a ver después….

Hace un buen rato hay un italiano parado entre la gente. También podría ser griego: bajo, de espaldas anchas y tez aceitunada, y el cabello muy negro le cae rebelde sobre la frente. La mujer lo mira con insistencia. El italiano recoge la mirada al vuelo, como si fuera un pañuelo arrojado desde las gradas de un circo. Se adelanta unos pasos, mientras el murmullo crece como la marea.

–¡Pruebe su fuerza, señor! ¡Hasta ahora nadie ha consiguido el premio! ¡Pruebe Usted!

El grito sale al vacío, sin dirigirse a nadie en especial.

La decisión está tomada y ya dos manos morenas y anchas empuñan con firmeza el mango de la maza. Lo acarician, sopesándolo, mientras su dueño calcula, avanzando y retrocediendo, la distancia hasta la plataforma.

El murmullo se ha calmado en el grupo. Se oye sólo la música de rock, ahora más lejana. La tensión y la curiosidad crecen en los segundos que pasan. El italiano se da la vuelta y echa una larga mirada a la mujer que lo ha estado observando. Ella, entonces, hace un comentario a su marido. El hombre desvía la cabeza como buscando, en una y otra dirección, algo que se le hubiese extraviado. La maza vuela contra la plataforma en un movimiento armoniosamente circular, atlético.

La pelotita trepa, trepa, trepa con fuerza descontrolada y pega violentamente contra el tope máximo de la columna. Se diría que ya no es redonda.

Un grito unánime, sobrepasando todos los ruidos, aclama al ganador, quien se vuelve a mirar nuevamente a la mujer. Ella inclina la cabeza y le devuelve la mirada, con una casi sonrisa, apenas una luminosidad que le aclara las facciones. El italiano apoya con suavidad el mango de la maza contra la pared del kiosco y rechazando el premio con una sacudida de hombros, se aleja.

Lentamente, la pareja prosigue el paseo por los senderos, perdiéndose entre los tulipanes apagados y las notas de un nuevo rock.

Una pareja se acerca a la entrada del parque. Él es muy alto y muy rubio y pálido. Ella parece cansada.

–¿Entramos?

–Como quieras – la respuesta de la mujer es indiferente.

–Sí, realmente. Entremos.

Y se suman al desfile de turistas.

De un pabellón cercano llegan las notas discordantes de un rock a toda orquesta. A ratos salen jóvenes despeinados y se unen a los grupos que caminan, sin prisa. Hay un chiquillo que se suelta, inesperadamente, de la mano de su madre, pero después de una corta carrera entre risas y saltos, vuelve.

El pabellón de espejos ofrece gratuitamente deformidades pasajeras. Al lado, hay otro de tiro al blanco.

Un grupo se ha congregado frente a un kiosco de juego. En medio se levanta una columna de metal de dos metros de altura con un surco en el centro. El juego consiste en pegar con una gran maza la plataforma sobre la que está apoyada la columna para que una pelotita salga disparada a lo largo del surco. Hay premios que nadie sacó. Muchos lo intentaron; otros ni se atreven a probar.

–¡Tres golpes por una corona! ¡Pruebe su fuerza, señor! ¡Hasta ahora nadie ha hecho llegar la pelotita al tope! ¡Pruebe!

El hombre grita con todas las fuerzas, desafiante, por encima del rock y del arrastrarse de los pies (se refiere a los paseantes del parque).

La pareja, tomada del brazo, se detiene a observar el juego. El hombre vacila como si fuera a adelantarse y dudara. Su mujer lo está mirando, la cara levantada, la mano en su mano, y le dice algo. Es tan fuerte la música que él tiene que inclinarse para oírla. Ella insiste. El hombre se endereza, contestando con un encogimiento de hombros, una leve negación de la cabeza, la boca deformada en una mueca indecisa:

–No, ahora no… vamos a ver después….

Hace un buen rato hay un italiano parado entre la gente. También podría ser griego: bajo, de espaldas anchas y tez aceitunada, y el cabello muy negro le cae rebelde sobre la frente. La mujer lo mira con insistencia. El italiano recoge la mirada al vuelo, como si fuera un pañuelo arrojado desde las gradas de un circo. Se adelanta unos pasos, mientras el murmullo crece como la marea.

–¡Pruebe su fuerza, señor! ¡Hasta ahora nadie ha consiguido el premio! ¡Pruebe Usted!

El grito sale al vacío, sin dirigirse a nadie en especial.

La decisión está tomada y ya dos manos morenas y anchas empuñan con firmeza el mango de la maza. Lo acarician, sopesándolo, mientras su dueño calcula, avanzando y retrocediendo, la distancia hasta la plataforma.

El murmullo se ha calmado en el grupo. Se oye sólo la música de rock, ahora más lejana. La tensión y la curiosidad crecen en los segundos que pasan. El italiano se da la vuelta y echa una larga mirada a la mujer que lo ha estado observando. Ella, entonces, hace un comentario a su marido. El hombre desvía la cabeza como buscando, en una y otra dirección, algo que se le hubiese extraviado. La maza vuela contra la plataforma en un movimiento armoniosamente circular, atlético.

La pelotita trepa, trepa, trepa con fuerza descontrolada y pega violentamente contra el tope máximo de la columna. Se diría que ya no es redonda.

Un grito unánime, sobrepasando todos los ruidos, aclama al ganador, quien se vuelve a mirar nuevamente a la mujer. Ella inclina la cabeza y le devuelve la mirada, con una casi sonrisa, apenas una luminosidad que le aclara las facciones. El italiano apoya con suavidad el mango de la maza contra la pared del kiosco y rechazando el premio con una sacudida de hombros, se aleja.

Lentamente, la pareja prosigue el paseo por los senderos, perdiéndose entre los tulipanes apagados y las notas de un nuevo rock.

Aunque el hombre primitivo de América fue probablemente el responsable de la exterminación de un gran número de animales prehistóricos, 32 ______ como mamuts, perezosos y una variedad de camélidos, los descendientes de ese mismo hombre crearon en América del Sur, con el tiempo, dos especies animales enteramente nuevas: la llama y la alpaca.

Se cree que ambas son, a su vez, 33 ______ cuidadosamente seleccionadas del guanaco silvestre, un antecesor parecido al camello que los primeros cazadores-recolectores de los Andes aprendieron a 34 ______ hace aproximadamente 7000 años.

Lentamente, 35 ______ de un período de miles de años, el guanaco se transformó en dos nuevos animales perfectamente adaptados para cumplir funciones totalmente distintas: la llama surgió como un animal de 36 ______ de grueso pelaje, mientras que la alpaca fue especialmente criada para proporcionar una brillante y exquisita lana.

El guanaco es, junto con la vicuña, una de las dos especies de camélidos silvestres del Perú. De hasta 120 kilos y tamaño similar al de una llama, la coloración de su pelaje varía del marrón rojizo al marrón claro.

Su organización social es similar a la de la vicuña. Se agrupan en manadas compuestas por las hembras y sus crías, 37 ______ los machos vagan solitarios durante gran parte del año.

Es sabido que el guanaco es una de las especies de herbívoros que mejor resiste la falta de agua. Se dice que llega a pasar hasta un mes sin probar una gota de líquido, 38 ______ gracias a las reservas acumuladas en su cuerpo y con la poca humedad que obtiene de su alimento. Cuando éste escasea pueden realizar migraciones considerables.

Aunque el hombre primitivo de América fue probablemente el responsable de la exterminación de un gran número de animales prehistóricos, 32 ______ como mamuts, perezosos y una variedad de camélidos, los descendientes de ese mismo hombre crearon en América del Sur, con el tiempo, dos especies animales enteramente nuevas: la llama y la alpaca.

Se cree que ambas son, a su vez, 33 ______ cuidadosamente seleccionadas del guanaco silvestre, un antecesor parecido al camello que los primeros cazadores-recolectores de los Andes aprendieron a 34 ______ hace aproximadamente 7000 años.

Lentamente, 35 ______ de un período de miles de años, el guanaco se transformó en dos nuevos animales perfectamente adaptados para cumplir funciones totalmente distintas: la llama surgió como un animal de 36 ______ de grueso pelaje, mientras que la alpaca fue especialmente criada para proporcionar una brillante y exquisita lana.

El guanaco es, junto con la vicuña, una de las dos especies de camélidos silvestres del Perú. De hasta 120 kilos y tamaño similar al de una llama, la coloración de su pelaje varía del marrón rojizo al marrón claro.

Su organización social es similar a la de la vicuña. Se agrupan en manadas compuestas por las hembras y sus crías, 37 ______ los machos vagan solitarios durante gran parte del año.

Es sabido que el guanaco es una de las especies de herbívoros que mejor resiste la falta de agua. Se dice que llega a pasar hasta un mes sin probar una gota de líquido, 38 ______ gracias a las reservas acumuladas en su cuerpo y con la poca humedad que obtiene de su alimento. Cuando éste escasea pueden realizar migraciones considerables.

Aunque el hombre primitivo de América fue probablemente el responsable de la exterminación de un gran número de animales prehistóricos, 32 ______ como mamuts, perezosos y una variedad de camélidos, los descendientes de ese mismo hombre crearon en América del Sur, con el tiempo, dos especies animales enteramente nuevas: la llama y la alpaca.

Se cree que ambas son, a su vez, 33 ______ cuidadosamente seleccionadas del guanaco silvestre, un antecesor parecido al camello que los primeros cazadores-recolectores de los Andes aprendieron a 34 ______ hace aproximadamente 7000 años.

Lentamente, 35 ______ de un período de miles de años, el guanaco se transformó en dos nuevos animales perfectamente adaptados para cumplir funciones totalmente distintas: la llama surgió como un animal de 36 ______ de grueso pelaje, mientras que la alpaca fue especialmente criada para proporcionar una brillante y exquisita lana.

El guanaco es, junto con la vicuña, una de las dos especies de camélidos silvestres del Perú. De hasta 120 kilos y tamaño similar al de una llama, la coloración de su pelaje varía del marrón rojizo al marrón claro.

Su organización social es similar a la de la vicuña. Se agrupan en manadas compuestas por las hembras y sus crías, 37 ______ los machos vagan solitarios durante gran parte del año.

Es sabido que el guanaco es una de las especies de herbívoros que mejor resiste la falta de agua. Se dice que llega a pasar hasta un mes sin probar una gota de líquido, 38 ______ gracias a las reservas acumuladas en su cuerpo y con la poca humedad que obtiene de su alimento. Cuando éste escasea pueden realizar migraciones considerables.

Aunque el hombre primitivo de América fue probablemente el responsable de la exterminación de un gran número de animales prehistóricos, 32 ______ como mamuts, perezosos y una variedad de camélidos, los descendientes de ese mismo hombre crearon en América del Sur, con el tiempo, dos especies animales enteramente nuevas: la llama y la alpaca.

Se cree que ambas son, a su vez, 33 ______ cuidadosamente seleccionadas del guanaco silvestre, un antecesor parecido al camello que los primeros cazadores-recolectores de los Andes aprendieron a 34 ______ hace aproximadamente 7000 años.

Lentamente, 35 ______ de un período de miles de años, el guanaco se transformó en dos nuevos animales perfectamente adaptados para cumplir funciones totalmente distintas: la llama surgió como un animal de 36 ______ de grueso pelaje, mientras que la alpaca fue especialmente criada para proporcionar una brillante y exquisita lana.

El guanaco es, junto con la vicuña, una de las dos especies de camélidos silvestres del Perú. De hasta 120 kilos y tamaño similar al de una llama, la coloración de su pelaje varía del marrón rojizo al marrón claro.

Su organización social es similar a la de la vicuña. Se agrupan en manadas compuestas por las hembras y sus crías, 37 ______ los machos vagan solitarios durante gran parte del año.

Es sabido que el guanaco es una de las especies de herbívoros que mejor resiste la falta de agua. Se dice que llega a pasar hasta un mes sin probar una gota de líquido, 38 ______ gracias a las reservas acumuladas en su cuerpo y con la poca humedad que obtiene de su alimento. Cuando éste escasea pueden realizar migraciones considerables.

Aunque el hombre primitivo de América fue probablemente el responsable de la exterminación de un gran número de animales prehistóricos, 32 ______ como mamuts, perezosos y una variedad de camélidos, los descendientes de ese mismo hombre crearon en América del Sur, con el tiempo, dos especies animales enteramente nuevas: la llama y la alpaca.

Se cree que ambas son, a su vez, 33 ______ cuidadosamente seleccionadas del guanaco silvestre, un antecesor parecido al camello que los primeros cazadores-recolectores de los Andes aprendieron a 34 ______ hace aproximadamente 7000 años.

Lentamente, 35 ______ de un período de miles de años, el guanaco se transformó en dos nuevos animales perfectamente adaptados para cumplir funciones totalmente distintas: la llama surgió como un animal de 36 ______ de grueso pelaje, mientras que la alpaca fue especialmente criada para proporcionar una brillante y exquisita lana.

El guanaco es, junto con la vicuña, una de las dos especies de camélidos silvestres del Perú. De hasta 120 kilos y tamaño similar al de una llama, la coloración de su pelaje varía del marrón rojizo al marrón claro.

Su organización social es similar a la de la vicuña. Se agrupan en manadas compuestas por las hembras y sus crías, 37 ______ los machos vagan solitarios durante gran parte del año.

Es sabido que el guanaco es una de las especies de herbívoros que mejor resiste la falta de agua. Se dice que llega a pasar hasta un mes sin probar una gota de líquido, 38 ______ gracias a las reservas acumuladas en su cuerpo y con la poca humedad que obtiene de su alimento. Cuando éste escasea pueden realizar migraciones considerables.

Aunque el hombre primitivo de América fue probablemente el responsable de la exterminación de un gran número de animales prehistóricos, 32 ______ como mamuts, perezosos y una variedad de camélidos, los descendientes de ese mismo hombre crearon en América del Sur, con el tiempo, dos especies animales enteramente nuevas: la llama y la alpaca.

Se cree que ambas son, a su vez, 33 ______ cuidadosamente seleccionadas del guanaco silvestre, un antecesor parecido al camello que los primeros cazadores-recolectores de los Andes aprendieron a 34 ______ hace aproximadamente 7000 años.

Lentamente, 35 ______ de un período de miles de años, el guanaco se transformó en dos nuevos animales perfectamente adaptados para cumplir funciones totalmente distintas: la llama surgió como un animal de 36 ______ de grueso pelaje, mientras que la alpaca fue especialmente criada para proporcionar una brillante y exquisita lana.

El guanaco es, junto con la vicuña, una de las dos especies de camélidos silvestres del Perú. De hasta 120 kilos y tamaño similar al de una llama, la coloración de su pelaje varía del marrón rojizo al marrón claro.

Su organización social es similar a la de la vicuña. Se agrupan en manadas compuestas por las hembras y sus crías, 37 ______ los machos vagan solitarios durante gran parte del año.

Es sabido que el guanaco es una de las especies de herbívoros que mejor resiste la falta de agua. Se dice que llega a pasar hasta un mes sin probar una gota de líquido, 38 ______ gracias a las reservas acumuladas en su cuerpo y con la poca humedad que obtiene de su alimento. Cuando éste escasea pueden realizar migraciones considerables.

Aunque el hombre primitivo de América fue probablemente el responsable de la exterminación de un gran número de animales prehistóricos, 32 ______ como mamuts, perezosos y una variedad de camélidos, los descendientes de ese mismo hombre crearon en América del Sur, con el tiempo, dos especies animales enteramente nuevas: la llama y la alpaca.

Se cree que ambas son, a su vez, 33 ______ cuidadosamente seleccionadas del guanaco silvestre, un antecesor parecido al camello que los primeros cazadores-recolectores de los Andes aprendieron a 34 ______ hace aproximadamente 7000 años.

Lentamente, 35 ______ de un período de miles de años, el guanaco se transformó en dos nuevos animales perfectamente adaptados para cumplir funciones totalmente distintas: la llama surgió como un animal de 36 ______ de grueso pelaje, mientras que la alpaca fue especialmente criada para proporcionar una brillante y exquisita lana.

El guanaco es, junto con la vicuña, una de las dos especies de camélidos silvestres del Perú. De hasta 120 kilos y tamaño similar al de una llama, la coloración de su pelaje varía del marrón rojizo al marrón claro.

Su organización social es similar a la de la vicuña. Se agrupan en manadas compuestas por las hembras y sus crías, 37 ______ los machos vagan solitarios durante gran parte del año.

Es sabido que el guanaco es una de las especies de herbívoros que mejor resiste la falta de agua. Se dice que llega a pasar hasta un mes sin probar una gota de líquido, 38 ______ gracias a las reservas acumuladas en su cuerpo y con la poca humedad que obtiene de su alimento. Cuando éste escasea pueden realizar migraciones considerables.